Con el nivel actual del Magisterio (especialmente de Juan Pablo II) se puede decir que el misterio de la Iglesia es el misterio según el cual Cristo, desde el seno del Padre, dona su Espíritu a los hombres. Pero también forma parte del mismo misterio el hecho de que el Espíritu hace presente allí donde actúa no sólo al Verbo eterno sino también, de un modo inefable, a la Santísima Humanidad de Cristo, a través de la cual tenemos acceso al Padre. La Trinidad misma, eterna, ha entrado según el orden de las misiones, en la historia. La arcana Comunión de vida y amor en que consiste Dios mismo ha entrado en el tiempo, en la historia, en el mundo, para dar cabida dentro de Sí a los hombres creados a imagen y semejanza suya. La Iglesia es el sacramento de esa divinización participada del hombre y del mundo.
El Catecismo de la Iglesia Católica ha acuñado felizmente la expresión de “misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo”[1]. Esta misión es doble, pero inseparable. Siempre que el Padre envía a su Verbo emite al Espíritu Santo. No se da una misión sin la otra. Junto a la Persona enviada siempre está la Otra también enviada. Distintas entre sí las misiones como lo son las Personas enviadas, pero inseparables en su misión y en su obrar[2]. Santo Tomás ya señaló la inseparabilidad de las dos misiones divinas, al mismo tiempo que su distinción recíproca[3]
Distintas e inseparables en su misión y en su obrar el Hijo y el Espíritu Santo, aunque nunca se puedan considerar como dos tareas parciales que se integran en un resultado completo, como dos sumandos yuxtapuestos. Acertadamente escribe el P. Bandera: “En la vid cristiana, tal como el Nuevo Testamento lo diseña, todo nos relaciona con el Hijo encarnado; todo nos relaciona con el Espíritu Santo. Sería un gran error pensar que es necesario ‘repartir’: atribuir unas cosas al Hijo encarnado y otras distintas al Espíritu Santo. Todo es de cada uno. Todo es de los dos conjuntamente.
...[...]...
En lo de actuar conjuntamente hay otro punto importante que es necesario tener en cuenta. El Espíritu Santo actúa siempre como Espíritu de Jesús. Dando por supuesto que nuestro lenguaje es incapaz de expresar el misterio con la debida precisión, hay que decir que el Espíritu Santo actúa al servicio de Jesús: toma de lo de Jesús y eso sirve para proclamar la fe cristológica, para confesar que Jesús es el Señor, que tiene el Nombre-sobre-todo-nombre, que es mediador universal, que sólo él puede salvar...Son ideas claramente expresadas en la Sagrada Escritura. Un Espíritu Santo ‘autónomo’ no existe; cualquier intento, advertido o no, de darle ‘autonomía’ equivale, siempre e o irremediablemente a ponerse en peligro de negarlo.
Esto nos conduce a otro dato importante. Los misterios tienen tan mayor riqueza pneumatológica cuanto mayor es su densidad cristológica. Esto nos conduce directamente al misterio pascual como el gran misterio de la intervención y de la comunicación del Espíritu Santo. La razón es siempre la misma. El Espíritu Santo nos es enviado por el Hijo encarnado, el cual nos lo envía desde sus propios misterios, si se permite emplear este lenguaje. Cuanto el misterio es cristológicamente más alto, tanto mayor es su ‘poder’ y su eficacia para enviar: para hacernos partícipes del mismo Espíritu que reposó sobre Jesús en el momento de vivir aquel misterio. Es Cristo quien mejor nos introduce en el misterio de su Espíritu y nos infunde un profundo anhelo de vivir permanentemente bajo su acción: como Jesucristo mismo vivió”.[4]
El Catecismo de la Iglesia Católica ha acuñado felizmente la expresión de “misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo”[1]. Esta misión es doble, pero inseparable. Siempre que el Padre envía a su Verbo emite al Espíritu Santo. No se da una misión sin la otra. Junto a la Persona enviada siempre está la Otra también enviada. Distintas entre sí las misiones como lo son las Personas enviadas, pero inseparables en su misión y en su obrar[2]. Santo Tomás ya señaló la inseparabilidad de las dos misiones divinas, al mismo tiempo que su distinción recíproca[3]
Distintas e inseparables en su misión y en su obrar el Hijo y el Espíritu Santo, aunque nunca se puedan considerar como dos tareas parciales que se integran en un resultado completo, como dos sumandos yuxtapuestos. Acertadamente escribe el P. Bandera: “En la vid cristiana, tal como el Nuevo Testamento lo diseña, todo nos relaciona con el Hijo encarnado; todo nos relaciona con el Espíritu Santo. Sería un gran error pensar que es necesario ‘repartir’: atribuir unas cosas al Hijo encarnado y otras distintas al Espíritu Santo. Todo es de cada uno. Todo es de los dos conjuntamente.
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En lo de actuar conjuntamente hay otro punto importante que es necesario tener en cuenta. El Espíritu Santo actúa siempre como Espíritu de Jesús. Dando por supuesto que nuestro lenguaje es incapaz de expresar el misterio con la debida precisión, hay que decir que el Espíritu Santo actúa al servicio de Jesús: toma de lo de Jesús y eso sirve para proclamar la fe cristológica, para confesar que Jesús es el Señor, que tiene el Nombre-sobre-todo-nombre, que es mediador universal, que sólo él puede salvar...Son ideas claramente expresadas en la Sagrada Escritura. Un Espíritu Santo ‘autónomo’ no existe; cualquier intento, advertido o no, de darle ‘autonomía’ equivale, siempre e o irremediablemente a ponerse en peligro de negarlo.
Esto nos conduce a otro dato importante. Los misterios tienen tan mayor riqueza pneumatológica cuanto mayor es su densidad cristológica. Esto nos conduce directamente al misterio pascual como el gran misterio de la intervención y de la comunicación del Espíritu Santo. La razón es siempre la misma. El Espíritu Santo nos es enviado por el Hijo encarnado, el cual nos lo envía desde sus propios misterios, si se permite emplear este lenguaje. Cuanto el misterio es cristológicamente más alto, tanto mayor es su ‘poder’ y su eficacia para enviar: para hacernos partícipes del mismo Espíritu que reposó sobre Jesús en el momento de vivir aquel misterio. Es Cristo quien mejor nos introduce en el misterio de su Espíritu y nos infunde un profundo anhelo de vivir permanentemente bajo su acción: como Jesucristo mismo vivió”.[4]
Misión conjunta, mutuamente implicada
Si leemos con atención la amplísima catequesis que Juan Pablo II ha desarrollado en estos años sobre el Espíritu Santo comprobamos que la “mutua implicación” es como un correctivo a un falso paso que fácilmente se da desde el orden lógico al orden real y que distorsiona la verdad. Todo el tratado de las procesiones divinas, y por consiguiente el de las misiones, sigue un orden lógico que corresponde al orden según el cual procede nuestro intelecto finito y discursivo a la hora de hacernos una cierta representación conceptual, analógica, de los misterios centrales de la fe. Sin embargo, este orden lógico no debe imponerse de un modo rígido a los datos bíblicos y patrísticos, porque el orden real es infinitamente más rico que el conceptual.
Según este orden lógico primero se da la generación del Hijo (per modum intellectionis) y después la espiración del Espíritu Santo (per modum amoris vel voluntatis). En las procesiones primero se da la misión del Hijo, después la del Espíritu Santo. En parte ese orden se dio en el curso histórico si atendemos a la trinidad económica; en parte, digo, porque una lectura más atenta de la Biblia llevará a modificar ese mismo orden.
La afirmación de fe según la cual in hac Trinitate nihil prius aut posterius [5], no debe paralizar el esfuerzo humilde de la razón para seguir lo que la Sagrada Escritura dice y como lo dice.
La misión del Verbo y del Espíritu son inseparables entre sí aunque distintas, de la misma manera que la palabra que articula un hombre es inseparable del aire expulsado desde los pulmones[6]. Si se ve en el ruah del Antiguo Testamento la insinuación del Espíritu Divino que se revelará más tarde como Persona y se descubre en la Palabra de Yahvé el anticipo de la revelación del Verbo divino como Persona, entonces se observa una mutua implicación entre la palabra dicha y el hálito divino espirado. Casi siempre antes es la misión del Espíritu que prepara la recepción de la Palabra dicha y, a su vez, la Palabra anuncia una nueva efusión del Espíritu.
Ya en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo es enviado antes a María (en su Inmaculada Concepción) que al mismo Cristo. En el Anuncio a María el Espíritu Santo actúa en María (El Espíritu Santo vendrá sobre ti) y el Verbo es concebido en sus entrañas. En ese momento el Espíritu Santo es el “artífice de la gracia de unión, que es la misma unión hipostática”. [7]¿No hay aquí una cierta precedencia de la misión del Espíritu sobre la del Hijo? En cuanto al Hijo encarnado, su unción con la plenitud del Espíritu que le hace Cristo, ¿no es previa a la misma condición de Cristo? Al menos así lo parece en el ordo realis. Por otra parte, la misión del Espíritu sobre la Iglesia es posterior a la glorificación de Cristo. San Juan parece ver la glorificación de Cristo en el mismo momento de su expiración. El Espíritu Santo es, efectivamente , fruto de la Cruz[8], pero también hay que señalar cómo Cristo se inmola “en el Espíritu eterno”[9]. El Espíritu Santo preparó la Fuente de la que Él mismo procedería con abundancia.
También el Espíritu de Pentecostés (que es el Espíritu en el tiempo de la Iglesia) es enviado por Cristo glorioso de parte del Padre, pero ese mismo Espíritu, que nunca habla de sí mismo ni reclama nuestra atención, es quien nos mueve a la fe, quien nos prepara para recibir a través de la Palabra a Cristo mismo, el cual viene a morar en el corazón del creyente: el Espíritu es quien nos trae en Cristo. Ese Cristo interiorizado es la “fuente que salta hasta la vida eterna”[10]
De un modo eminente esta secuencia Espíritu-Cristo-Espíritu se da en la liturgia sacramental. Pensemos, por ejemplo, en la concatenación que se da en la celebración eucarística: epiclesis anteconsecratoria, relato de la institución y consagración, epiclesis anterior a la comunión
Aquí hemos visto un aspecto de esa “mutua implicación” en la doble misión. En el ordo logicus la misión del Espíritu viene después de la misión del Hijo, pero en el orden real el Espíritu prepara la misión del Hijo. Santo Tomás llega a decir algo asombroso, que puede parecer que anula el lenguaje de las misiones, pero no es así. El Aquinate afirma: y en cuanto a que el Hijo sea enviado por el Espíritu Santo...es confirmado por autoridades, y esto se divide en dos partes: en la primera se muestra cómo el Hijo no sólo es enviado por el Padre, sino que también lo es por el Espíritu Santo; en una segunda parte se muestra cómo se envía a sí mismo [11]
También el Aquinate abre una posibilidad que se considera actualmente en la Teología trinitaria: El Padre engendra al Hijo (y de ahí que Padre sea nombre propio de la Primera Persona de la Trinidad). Por una interferencia del orden temporal en el orden del intelecto, solemos poner en un después la espiración del Espíritu Santo: como si pensáramos, primero el Padre engendra al Hijo y, después espira el Amor subsistente. Pero sabemos que en la Trinidad no hay un antes y un después. Sería más adecuado decir que el Padre engendra al Hijo espirando el Espíritu Santo y que el Hijo es engendrado por el Padre espirando el mismo Espíritu Santo. ¿No equivale eso a decir que el Padre engendra al Hijo en el Espíritu Santo? ¿No es el Amor el clima, el ambiente, la atmósfera divina en que tiene lugar la generación eterna del Hijo? Una cita de Santo Tomás que haría válida esta propuesta: El Hijo es el Verbo, pero espirando Amor[12]. Añadimos una cita del libro oficial para la Preparación del Jubileo del año 2000, Dios, Padre misericordioso :”La vida interior de Dios es un intercambio infinito en el interior de Dios, una auto-donación continua entre Padre e Hijo en el Espíritu Santo. El Padre da toda su divinidad al Hijo, y éste restituye la misma divinidad al Padre. En este intercambio recíproco no hay temor de perderse, ni necesidad de recurrir a la violencia para superar el mal; el don puede ser, y es, sin reserva, como el intercambio”[13]
Me parece que puede decirse Pater genuit Filium in Spiritu Sancto; en cambio, no parece coherente con la Tradición la fórmula apuntada por algunos de Filius a Patre Spirituque. En cambio, considero conforme con la Tradición afirmar Filius a Patre in Spiritu.
También podríamos decir que en la consideración de la Trinidad “inmanente” nos es difícil distinguir entre el orden lógico y el orden real entre las procesiones. En cambio en el tratado de la Trinidad “económica”, como la donación de Dios a las criaturas se despliega en el tiempo y según las procesiones nos es más fácil advertir cómo el orden real “rompe” el orden lógico de la teología especulativa y aparece el Espíritu siempre unido inseparablemente al Hijo (sin confundirse con Él), unas veces procediendo de Él (secuencia del Espíritu respecto a Cristo) y otras veces preparando la venida de Cristo en la Palabra bíblica, en la Encarnación, en la Eucaristía, en las almas (en estos casos se da una precedencia del Espíritu ante Cristo).
El modo inmediato de su actuación, un quasi proprium del Espíritu Santo
Con las misiones la eternidad divina entra en el tiempo para darse la comunicación personal de Dios al hombre. El encuentro entre Dios y el corazón humano alcanza el nivel de comunicación entre Personas y persona. Y en el inicio de esa comunicación íntima está siempre el Espíritu Santo, como si hubiera un instante en el que únicamente Él prepara, dispone y actúa en el hondón de la criatura. Siempre el “punto de contacto” entre Dios y la criatura se da de un modo inmediato en la Persona del Espíritu Santo, del cual nos dice el Catecismo que “inspira en el cristiano la caridad” (qui ei caritatem inspirat) y que “forma a la Iglesia” (Ecclesiam format) (CCE n. 1997). La exitio a Deo ad creaturas termina en la Persona del Espíritu Santo y toda la reditio a creaturis ad Deum comienza por la acción del Espíritu Santo. El Paráclito es el “punto de inversión” o el principio de la reflexión en la relación de la criatura con Dios. Podríamos decir, con cierto atrevimiento, que el contacto íntimo y personal entre Dios y el hombre lo comienza siempre el Espíritu Santo, sin mediación alguna. Si la gracia actual preveniente prende en la libertad creada, el Espíritu sin recabar atención alguna sobre su Persona, conduce al encuentro de Cristo (nadie puede decir Jesús es el Señor si no es en el Espíritu) y, a través de Cristo conduce al Padre (Abba!). En este sentido me atrevo a afirmar que Cristo llega a nosotros mediante el Espíritu y llegamos a ser hijos de Dios mediante el Espíritu y Cristo. Lo propio del Paráclito es su actuación inmediata en el interior del hombre.
De un modo semejante a como en Dios alia est persona Patris alia Filii alia Spiritus Sancti también en la comunión de cada persona cristiana con cada Persona de la Santísima Trinidad se mantiene como alius el bienaventurado, por toda la eternidad. Me parece importante insistir mucho en esta idea.
En esta comunión hay un orden admirable. Hemos de respetar el lenguaje de la fe, según el cual hay un orden en las procesiones y un orden en las misiones; también lo hay en la exitio a Deo y en la reditio a Deum. Al Espíritu Santo le atribuye la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio una actuación peculiar, algo que le es original, que corresponde a su personalidad. Anteriormente le hemos llamado al modo propio de actuar el Espíritu un quasi proprium y es su modo inmediato de tocar, de entrar en contacto con el corazón humano sin la actuación previa de otra Persona en ese recinto de la conciencia, sin la mediación de nada ni nadie: el Espíritu sopla donde quiere[14]. Sabemos ciertamente, que actúa la Trinidad entera en la criatura cuando ésta es introducida en el orden sobrenatural. Sabemos que actúan las tres divinas Personas, pero el Espíritu lo hace de modo inmediato. El Paráclito es la Persona originada en las otras dos (es la única Persona que procede de dos) y es la Persona que une a las otras dos y que es enviada para unir a la criatura humana con esas dos personas, el Padre y Cristo. Me parece que Santo Tomás se refiere a este quasi proprium del Espíritu cuando que en la Iglesia hay una cierta continuidad por razón del Espíritu Santo, el cual siendo uno y único numéricamente llena y unifica toda la Iglesia[15]
El Espíritu Santo actúa de modo inmediato en todas las almas predisponiéndolas a la fe y a la conversión. Sólo los condenados están excluidos de esa acción porque se autoexcluyen de modo definitivo del designio salvífico universal de Dios. En las demás almas actúa siempre. Decía Guillermo abad de Teodorico: Sabías, en efecto, Dios creador de las almas, que las almas de los hombres no pueden ser constreñidas a ese afecto, sino que conviene estimularlo; porque donde hay coacción, no hay libertad, y donde no hay libertad, no existe justicia tampoco.
Quisiste, pues, que te amáramos los que no podíamos ser salvados por la justicia, sino por el amor; pero no podíamos tampoco amarte sin que este amor procediera de ti. Así pues, Señor, como dice tu apóstol predilecto, y como también aquí hemos dicho, tú nos amaste primero; y te adelantas en el amor a todos los que te aman.
Nosotros, en cambio, te amamos con el afecto amoroso que tú has depositado en nuestro interior. Por el contrario, tú, el más bueno y el sumo bien, amas con un amor que es tu bondad misma, el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, el cual, desde el comienzo de la creación, se cierne sobre las aguas, es decir, sobre las mentes fluctuantes de los hombres, ofreciéndose a todos, atrayendo hacia sí a todas las cosas, inspirando, aspirando, protegiendo de lo dañino, favoreciendo lo beneficioso, uniendo a Dios con nosotros y a nosotros con Dios.[16]
San Pablo decía:”la caridad de Cristo nos urge”. Pero la caridad de Cristo es el primer fruto del Espíritu Santo en el alma de Cristo, la razón de su prisa por salvar a todas las almas; el Espíritu Santo es quien urge al Apóstol y a toda la Iglesia a comunicar la vida divina. El mismo Espíritu Santo es la urgencia divina por la salvación universal.
En cuanto hay correspondencia en la criatura y la gracia es establece en su alma el mismo Espíritu sigue actuando, ya como Amigo discreto que se ha establecido en lo más profundo del alma y entabla una comunión de Persona con persona. El mismo y único Pneuma divino dispone a la recepción fructuosa de toda palabra que sale de la boca de Dios; esa recepción culmina con la aceptación de Cristo por la fe y los sacramentos. El Espíritu hace que “Cristo habite por fe en el corazón”. El mismo Espíritu lleva a ver en Cristo al Padre y a llamarle Abba porque la comunión se ha establecido con las tres divinas Personas. Ésta es la situación interior, real, sobrenatural o espiritual de un fiel cristiano en estado de gracia. San Cirilo de Alejandría comentaba. Y, si seguimos por el camino de la unión espiritual; habremos de decir que todos nosotros, una vez recibido el único y mismo Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios. Pues aunque seamos muchos por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí en cuanto subsisten en su respectiva singularidad, y hace que todos aparezcan como una sola cosa en sí mismo.
Y así como la virtud de la santa humanidad de Cristo hace que formen un mismo cuerpo todos aquellos en quienes ella se encuentra, pienso que de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los reduce a todos a la unidad espiritual.[17]
La participación de Dios en el hombre siempre se da según un más y un menos.
El grado y la peculiaridad de esta comunión entre las Divinas personas y una persona concreta son distintos en cada persona y es variable en el tiempo. Hay un misterio insondable en este juego de libertad divina y libertad humana. Dios tiene sus designios inescrutables aunque es voluntad suya llevar a todo hombre a una plenitud en Cristo y en Espíritu, como hijo suyo,”en la medida de fe recibida por cada uno”, en expresión paulina.
La distinción tradicional entre gratia gratum faciens y gratia gratis data nos ayuda a entender la complejidad de esa red o conexión de Personas en personas y, por consiguiente, también de personas en personas. Recodemos una vez más que la palabra conexión es derivada de nexo. Sabemos que el nexus que de modo inmediato articula esa urdimbre y esa trama es el Espíritu Santo.
La gratia gratis data mira fundamentalmente a bien de la comunidad; consiste en una habilitación sobrenatural para actuar en beneficio del bien común de la Iglesia. Aquí entran los ministerios de origen sacramental y los carismas en general. Los primeros suponen una realidad estable en las potencias del sujeto que se llama carácter. Dios se vale de esa potencia operativa sobrenatural instalada en un hombre para actuar sobre otros hombres o para articular la Iglesia de forma visible y funcional. El carácter supone una especial unción del Espíritu sobre el bautizado, el confirmado, el diácono, el presbítero y el obispo. Una especial unción se traduce también en una especial configuración con Cristo y un modo especial de estar Cristo presente en ese fiel al que nos referimos y también una peculiar tarea como siervo al frente de la familia del Padre. Pero también en esos casos de mediación humana querida por Cristo el Espíritu Santo actúa de modo inmediato en cada fiel. Es el Espíritu quien le hace ver a Cristo Pastor en un hermano suyo y quien, de modo inmediato, le dispone a la recepción fructuosa de la palabra y de los sacramentos servidos por hermanos suyos.
Así vamos estableciendo en clave personal temas clásicos de Eclesiología que suelen ser tratados más bien en términos de estructuras.
Resumiendo las ideas anteriormente expuestas, la trama o urdimbre que comunica a las personas humanas con la Trinidad constituye la gran iniciativa de Dios respecto al hombre y el mundo. El nexo es el Espíritu Santo. El modo según el cual se establece ese misterio de comunión entre Dios y los hombres (y de los hombres entre sí) consiste en que el Padre envía al Hijo y al Espíritu Santo al mundo en una misión doble, conjunta y mutuamente implicada.
Esa doble misión es una realidad siempre in actu . Acontece en el interior de cada cristiano e implica a cada cristiano, como instrumento en manos de Dios, en la ampliación o fortalecimiento de esa red. La Trinidad viene al hombre para seguir a través de cada hombre la edificación del Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. De distintos modos, cada uno de nosotros es constituido en trinitario, en portador de la Trinidad como Unidad y en portador de cada Persona, es decir, en teóforos, cristóforos y pneumatóforos, para servicio de los demás. La Iglesia puede entenderse quizá mejor en esta clave personalista que en términos de estructura.
Para terminar, quiero traer una cita del beato Isaac abad del monasterio de Stella. Algo queda expresado de la riqueza de relaciones personales múltiples que son la Iglesia, María y cada alma fiel: También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel.[18]
Jorge Salinas
Madrid, 25.3.01
[1] Coniuncta Filii et Spiritus Sancti missio, en CCE nn. 689-90, 702, 727, 737, 743, 2655.
[2] Por supuesto que también actúa el Padre con el Hijo y el Espíritu Santo, pero en toda obra común a las tres Personas cada Persona actúa según sus propiedades personales: Como dice el CCE, Unaquaeque tamen Persona divina secundum Suam propietatem personalem commune operatur opus (n. 258)
[3] cum missio importet originem personae missae et inhabitationem per gratiam, ut supra dictum est, si loquamur de missione quantum ad originem, sic missio filii distinguitur a missione spiritus sancti, sicut et generatio a processione. si autem quantum ad effectum gratiae, sic communicant duae missiones in radice gratiae, sed distinguuntur in effectibus gratiae, qui sunt illuminatio intellectus, et inflammatio affectus. et sic manifestum est quod una non potest esse sine alia, quia neutra est sine gratia gratum faciente, nec una persona separatur ab alia. (STh I, q.43, a.5, ad 3.; Cf. también IN I SENTENTIARUM DS15,QU4 ,AR2,CO)
[4] P. Bandera:o.c.: pp. 370-371.
[5] Cf. Símbolo Atanasiano
[6] Esta imagen pertenece a un Padre.
[7] Juan Pablo II
[8] Esta expresión es frecuente en los escritos del Beato Josemaría.
[9] Hbr. 9, 14.
[10].[10]
[11] et quod a spiritu sancto filius sit missus... auctoritatibus confirmatur. et haec dividitur in duas: in prima ostendit quod non solum filius missus est a patre, sed etiam a spiritu sancto; in secunda ostendit quod etiam a seipso (In I sententiarum. Ds 15, q. 1
[12] Filius autem est Verbum, non qualecumque, sed spirans amorem (STh , q. 43, a. 5, ad2)También se encuentra una frase similar en otro libro: Verbum autem Dei Patris est spirans Amorem: qui ergo capit illud cum fervore amoris, discit (Super Evangelium Iohannis, cp. 6, lc 5, nn 409-410)
[13] Dios Padre misericordioso, p. 39.
[14] Jn 3, 8
[15] ratione Spiritus Sancti, qui unus et idem numero totam Ecclesiam replet et unit (Qu. disp. de veritate 2, q.29,a.4, ra 17)
[16] Del tratado de Guillermo, abad del monasterio Teodorico, sobre la contemplación de Dios (Núms. 4-11: SC 61, 90-96)]
[17] [Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de san Juan(Libro 11, cap. 11: PG 74, 559-562)]
[18] De los sermones del beato Isaac, abad del monasterio de Stella (Sermón 51: PL 194,1862-1863.1865)